Mi sombra o esa que también soy yo

Relato de Luz Pacheco.

“Mi sombra o esa que también soy yo”

Caminaba decidida, sin perder ritmo. De vez en cuando, no obstante, hacía el ademán de mirar hacia atrás llevando su barbilla al hombro en un gesto casi imperceptible que al mismo tiempo la hacía apresurar ligeramente sus pasos.

Volvía luego al ritmo inicial y de nuevo esa sensación que orientaba su atención hacia el lado contrario esta vez, como quien espera un ataque y protege ambos flancos.

Hacía tiempo que caminaba sin destino definido, sin que la esperaran en ningún sitio, no era ahora, el camino, la senda que la llevaba a algo, era el caminar el objetivo, era la acción única.

Se detuvo y respiro profundo reconociendo como algo familiar esa sensación de compañía, casi de persecución y se dio la vuelta. Nada, sólo su sombra, la sombra de siempre; su mismo contorno, su misma silueta, su altura…. Su sombra, que había sido siempre, en esencia, ella; una misma cosa.

De repente y justo antes de reemprender la marcha su sombra se movió, sólo un poco antes, una fracción de segundo, lo suficiente para verlo.

Quieta bajo el sol de otoño, que a esa hora ya amenazaba con marcharse, y sin darse tiempo a pensar en lo ridículo de todo aquello, ella le hablo a su sombra.

–¿Vienes conmigo o acaso me andas siguiendo? Sólo el silencio por respuesta.

Para no perder esa sensación de normalidad que le decía que aquello era como hablarse a sí misma, respiro de nuevo y alzó un poco más la voz.

– ¿Vienes conmigo   o me estás siguiendo? De repente escuchó su propia voz.

– Pues depende del día, casi siempre voy contigo, pero a veces caminas tan rápido que casi te persigo, hasta creo que te he perdido.

– No puedes perderme, eres mi sombra, somos una misma cosa.

– Ya, entonces cuando corres y miras hacia atrás asustada estás escapando de ti misma, si es verdad eso de que tú y yo somos la misma cosa- reflexionó su sombra, haciéndola recordar tantas las veces que había acelerado su caminar, perdido la visión serena de las cosas, los aromas, las sonrisas, los sonidos, la realidad misma.

Se miraron largo rato, como midiéndose, como reconociéndose, su sombra y ella.

Respiro pausadamente, llenando su pecho y su sombra lo hizo con ella, ambas se acariciaron el cabello y se rascaron la punta de la nariz al mismo tiempo, como si, por el momento, se hubiesen reconciliado.

– Ven conmigo, sigamos adelante, ahora no me perderé.

Y sin darle tiempo a responder se encaminó de nuevo, sin pensar de donde venía ni en el destino, siendo sólo ese acto la finalidad, y se supo acompañada.

Más tarde cuando la luna ya reinaba empoderada y potente, sintió que, aunque no se mostrase ahora y no hiciese ruido, allí seguía estando su sombra, o esa que también era ella.

Luz Pacheco

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